En una publicación anterior te contaba sobre el mecanismo del enfado, y como resulta tan sencillo enojarse cuanto más bajo se encuentra el umbral de irritabilidad.

Hoy quiero compartir un aspecto positivo del enfado del cual normalmente no se habla.

La gestión emocional es siempre compleja y la mayoría de los que hemos crecido en la antigua estructura escolar carecemos de una buena base de educación emocional. Pocos han tenido la fortuna de aprenderlo en el entorno familiar. Por suerte, eso es algo que está cambiando, lenta pero consistentemente, y las nuevas generaciones comienzan a oír hablar sobre estos temas desde más jóvenes, dándoles la oportunidad de poder reconocer, nombrar y gestionar mejor aquello que van viviendo.

Solemos malinterpretar las emociones como buenas y malas, pero esta dualidad solo existe en nuestra mente que tiende siempre a clasificar, a etiquetar las cosas, las personas, las emociones, las conductas, etc.

Las emociones aparecen para mostrarnos donde estamos ubicados, son como un mapa para comprender mejor y para decidir en cada momento qué camino tomar para llegar a nuestra meta, o incluso para cambiar la meta.

El problema no son las emociones sino la gestión que hacemos de ellas.

Ya te he hablado sobre el mecanismo del enfado. El enfado es una emoción que socialmente está muy mal vista, sobre todo en las mujeres. En nuestra cultura patriarcal el hombre tiene más permiso para enfadarse y expresar ese enfado, mientras que la mujer en el rol que la cultura ha creado para ella ha de ser tierna, amorosa, comprensiva y claramente también sumisa.

Lo que no nos cuentan habitualmente, es que el enfado en sí mismo no es malo, no es una emoción que haya que esconder, sino canalizar para no hacer daño a nadie y en primer lugar a nosotros mismos.

El enfado bien canalizado tiene una finalidad.

El enfado es una emoción que nos aporta energía, al contrario de lo que pasa con la tristeza, por ejemplo, que nos hace sentir sin fuerzas y nos obliga a ir hacia adentro para sanar emocionalmente aquella ruptura vital que la ha generado. Cuando estamos enfadados, en cambio, estamos energizados, incluso eufóricos, y esa fuerza añadida nos ayuda a colocarnos en nuestro sitio y en ocasiones a poner a los demás en su sitio.

¿Quién no ha vivido una situación que nos va haciendo mecha poco a poco, pero que como somos seres altamente adaptativos vamos tolerando y hasta normalizando?

En muchas ocasiones no es hasta que la gota colma el vaso del enfado que no nos disponemos, o no tenemos la fuerza y determinación necesarias para poner fin a una situación, para ponernos en nuestro sitio y reclamar lo que nos pertenece por derecho, la dignidad, el respeto, el reconocimiento… la reivindicación de turno, sea cual sea. El enojo bien colocado sirve para poner límites.
Así que cuando sientas está emoción te puede ayudar pensar qué límites te ha faltado delimitar para llevarte a sentirte así. ¿Qué cambios o decisiones puedes tomar para encontrarte mejor?

Si aprendes a ver en el enfado a un maestro en lugar de un enemigo puede ser una gran oportunidad para empoderarte.