Todos tenemos un cierto conocimiento asociado a unas creencias, acerca de las cosas de la vida. Gracias a esas creencias podemos interactuar más o menos fluidamente con nuestro entorno.
Por ejemplo, sé que una mesa es una mesa gracias a haber vivido experiencias con mesas, y al hablar de mesa traeré a mi memoria más o menos consciente el recuerdo de muchas mesas que he visto, tocado y utilizado a lo largo de mi vida, además de todo lo que he oído hablar a mi alrededor sobre ellas.
En función de mi experiencia vivida con “las mesas” crearé un concepto, un mapa mental, sobre “las mesas”. Así sucede con todo tipo de objetos, eventos, sitios, personas, relaciones y con nosotros mismos.
Creencias limitantes vs. creencias potenciadoras
Estos mapas mentales o maneras de ver las cosas son lo que llamamos creencias, que pueden ser limitantes o potenciadoras. Son nuestro modelo de cómo funciona la realidad que nos rodea, nuestra explicación del porqué de las cosas.
Estos mapas mentales condicionan nuestro comportamiento y estados de ánimo. Estas creencias son las más profundas y las que más determinan, muchas veces de manera inconsciente, cómo vivimos nuestra vida. Es el concepto relacionado con el SER.
Hay algunos de estos conceptos que nos son útiles. Por ejemplo, si tengo la creencia de que soy muy inteligente, esa creencia me ayudara a sentirme válida para encontrar un buen puesto de trabajo. Estamos hablando de una creencia potenciadora. Pero puedo tener también la creencia de que soy una persona con un carácter muy difícil, y eso me perjudicaría a la hora de mantener el puesto de trabajo. Estamos hablando de una creencia limitante.
Todo nuestro mundo está basado en nuestras creencias
Como tenemos creencias sobre prácticamente todas las cosas de la vida, nos relacionamos con nuestro entorno a partir de dichas creencias, ello nos condiciona positiva o negativamente según éstas sean potenciadoras o limitadoras.
La mayoría de creencias sobre nosotros mismos, las adquirimos durante la infancia y juventud, son los “inputs” que recibimos de nuestra familia principalmente, también de nuestros maestros y amistades. A medida que vamos creciendo nos vamos poniendo cada una de estas creencias como si fueran disfraces, uno encima del otro sobre nuestra piel, de este modo llegamos a la vida adulta, con un sinfín de conceptos creados por nuestro entorno y por nosotros mismos, que vivenciamos como si fueran certezas absolutas sobre quiénes somos.
Observar nuestras creencias
Es importante tomarnos el tiempo para ir descubriendo cuáles son estas creencias, observar si nos ayudan o limitan, y poder cambiarlas con amor y con paciencia por otras que nos sean más beneficiosas. Puedo observar, por ejemplo, qué creencia tengo en relación al dinero y a la vida: ¿Qué idea tengo de ello? ¿La vida es dura, es injusta, he de trabajar muy duro para conseguir lo que quiero? ¿O es fluir, es alegría, experiencia? ¿El dinero es sucio, te vuelve codicioso, si tienes mucho eres infeliz? ¿O es energía de intercambio, es fluidez?
Revisar nuestras creencias de manera consciente, para decidir cuál nos quedamos y cuál desechamos es una tarea muy satisfactoria. En el momento que entendemos que son condicionantes que hemos creado o heredado, que no son rígidos e inamovibles, nos liberamos. Hacer el cambio requiere un esfuerzo consciente, pero como he dicho antes, con amor, con paciencia y con persistencia se consigue. Ánimos! Y a quitarnos algunas capas de encima.
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